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Violencia de Género

Compartimos una carta reflexiva realizada por el Colectivo La Pitanga sobre violencia de género.

“Trece mujeres muertas desde el inicio del año por violencia machista, sea doméstica o no. Estamos en pleno siglo XXI y yo me pregunto: ´¿Cómo fue la vida de estas mujeres? ¿Cuántos dolores e intentos desesperados para terminar con la violencia? ¿Recibieron algún tipo de ayuda? ¿Cuándo, de quién, cómo?`.

Pedir y recibir ayuda implica que quien está sufriendo, en su cuerpo y su corazón, el maltrato, las humillaciones, los rechazos y abusos, tenga todavía esa dosis mínima de autoestima que la habilite a decir y decirse. Esa confianza mínima en el otro que la lleve a buscar un poco de compasión, de empatía, de escucha. Que la impulse a animarse y arriesgarse al juicio, al rechazo, al “te lo buscaste”. Pero no alcanza. Es primordial que, de esas personas de las cuales pienso que puedo esperar ayuda - entorno familiar, vecinos, institución – yo tenga la convicción de que pueden ayudarme, más allá de las buenas intenciones. ¿Qué mujer se va exponer y desnudarse si tiene la convicción de que nadie puede hacer nada por ella, que los problemas los debe resolver sola?

´No sirve para nada` ¡Cuántas veces lo he escuchado! Cuántas veces las mujeres sacan esa conclusión porque no recibieron la protección de la policía, que a veces nunca ha llegado al domicilio. No las trataron bien adonde fueron, sintieron que  la justicia no les dio ninguna respuesta adecuada y no tomó en cuenta sus declaraciones. Porque el tiempo que le dedicó el abogado de oficio en los juzgados especializados en violencia doméstica no superó los 5 minutos. A estas situaciones, se suma el bombardeo que recibimos de los medios de comunicación, que hacen su trabajo: ´Fulana, muerta a manos de su ex pareja, había realizado X cantidad de denuncias`. En el imaginario colectivo, el “no sirvió para nada” ocupa un primer lugar.

Las respuestas posibles desde la salud y lo social tienen también sus limitaciones. En los peores escenarios posibles profesionales con poco compromiso, que muchas veces necesitan una mayor capacitación; funcionarios y técnicos en la rutina de “la hora es la hora”; actitudes abiertamente machistas; espacios de consulta alejados de los vecindarios; burocracia, burocracia y más burocracia; etc. En los mejores escenarios, y queremos creer que superan a los anteriores, pasamos con frecuencia de la omnipotencia a la impotencia, de “lo puedo todo” y “la voy a salvar” al “no puedo nada” y me siento con “bronca, tristeza, indignación”.  Y chocamos. Chocamos con una realidad cotidiana que grita la urgencia de respuestas concretas y vitales: desde lo básico (protección, comida,  movilidad,  vivienda, cuidado de los niños, por ejemplo) a lo institucional (coordinación, fluidez, actitud) y muchas veces sentimos que vamos a la guerra con un escarbadientes. Escasez o  inadecuación de los recursos,  dificultad de acceso, tiempos individuales que no coinciden con los institucionales, mala interpretación y aplicación de las leyes, coordinaciones que fracasan, rigidez de las propias instituciones. Desde el lugar de los operadores, son varios los motivos para sentirse muy solos frente a situaciones que siempre tienen como telón de fondo el espectro de la muerte: ”Crónica de muerte anunciada”.

Entonces desde nuestro lugar, con esa primera herramienta que tenemos, nosotros mismos, ofrecemos acompañar, acompasar, invitamos a la reflexión para sanar las heridas que debilitaron la confianza en sí misma, la autoestima. Invitamos a un trabajo desde adentro para empoderarse, fortalecerse, rescatar los derechos ciudadanos. Acompañamos un proceso. Me piden manzanas y ofrezco naranjas. Me piden trabajo, vivienda, seguridad y justicia y hablo de “acompañamiento”, “escucha”, “compromiso”, “cariño” y “solidaridad”. Sé que todo eso es totalmente válido y necesario para salir de una situación de violencia, tomar decisiones y mantenerlas. Pero el encuentro es difícil, casi surrealista.

Cuando desde niña, una mujer aprendió a “arreglarse sola”, porque no fue escuchada cuando denunció un abuso y la trataron de mentirosa, de sucia, porque nadie la apoyó cuando lo necesitaba, porque nadie supo acercársela, abrazarla, porque la traicionaron, la lastimaron, la dejaron tirada en lugar de acunarla, y bien o mal se arregló sola, sobrevivió, vivió, es difícil entregarse ¿Qué “cosita mágica” en ese panorama muy oscuro, podría reanimar las cenizas de la esperanza? ¿Dónde está la chispa que la autorizará  de nuevo a confiar en un vínculo para dejarse guiar?  La confianza se merece. Precioso desafío para nosotros, los técnicos. ¿Estamos dispuestos?
La infancia es un tesoro a cuidar, tremenda misión para quienes políticamente tienen la obligación de velar por los derechos de los niños, niñas y adolescentes de este país ¿Es prioridad en Uruguay? ”

Colectivo la Pitanga

             

Consultas los viernes de 13 hs a 17 hs en Policlínica Don Bosco.
Grupo de apoyo los jueves de 17 hs a 19hs en el Hogar Marista km 16.